El círculo alquímico

El círculo alquímico
El círculo alquímico, de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-95690-73-9. A la venta en enero de 2011.

domingo, 31 de enero de 2010

En la Chocita del Loro

Anoche volví a salir con Paco Gómez. Esta vez fuimos a la Gran Vía a dar un rulo y, a lo tonto, descubrimos un garito en la calle Amaniel: el restaurante mesón “Rías Baixas”. Hacía un frío del carajo y como era la hora de cenar, entramos sin pensárnoslo. Coincidiendo con la hora, nos vimos mientras cenamos el Depor-Madrid, vaya delicatessen de Guti en el segundo gol, vaya tela.

El caso es que pedimos unos chorizos con cachelos y una tortilla “Rías Baixas”. Paco se pidió un agua con gas, hay que ver, y yo opté por una copa de albariño. El chorizo de escándalo y la tortilla resultó ser de patata, pimiento morrón y lacón, toda una delicia. Charlamos de lecturas. Yo me he terminado “El violinista de Mauthausen”, que me ha parecido una obra de arte. Y Paco me habló estupendamente de “El documento Saldaña”, de Pedro de Paz, del que ya le quedan pocas páginas. Después me dijo que le habían dado el 2º Premio de Poesía Julia Guerra, estaba contento. Ya contaba con un premio de novela corta y ha sido finalista en multitud de certámenes de relato corto, pero es el primer premio de poesía que le dan, con lo que estaba bastante ilusionado. El certamen era poesía social y envió un poema que escribió inspirado por una noche en la que vio a una gente vaciar el cubo del DYA de comida caducada. Le he pedido el poema para leerlo, pero me ha dicho que lo colgará en breve en su blog.

Me tomé tres copitas de Alvariño mientras charlábamos y veíamos el fútbol. Y luego me pusieron un chupito de crema de orujo que sabía a gloria. Tuve que repetir y fue curioso el estoicismo con el que Paco soportó no probar alcohol mientras daba sorbos a su agua con gas.

Más tarde nos fuimos a la Chocita del Loro a recoger unas entradas que teníamos reservadas. Hasta la hora de entrar nos fuimos a O’Muiño a tomar un café y un descafeinado, ya sabéis para quién era cada uno. Y acabamos viendo el espectáculo de monólogos de la Parroquia del Monaguillo que estuvo guay.

Salimos a eso de las tres y media o así y el frío era acojonante. Y ya nos recogimos. Paco lleva un mes con las migrañas y ya le van remitiendo. No bebe alcohol ni toma café. Y ahora dice que va a dejar de fumar. En fin, mientras no se me haga monje...

sábado, 23 de enero de 2010

Migrañas y episodios nocturnos

Aprovechando que ayer cené en el barrio con mi madre y que hoy es el cumpleaños de Paco Gómez, los dos hicimos un hueco para ir por ahí a cenar. La noche no pudo empezar de forma más surrealista. Llamé a un taxi y me fui en él hasta el portal de Paco para esperarle. En esto que llega un nota borracho, abre la puerta del copiloto y se cuela dentro. Le dice al taxista que dónde ha robado el taxi. El taxista, todo flipao, le dice al nota de buenas maneras que salga del coche. Y el borracho, ni corto ni perezoso, le mete un truco lateral en la cabeza. Me hirvió la sangre, porque el menda tendría unos veinticinco y el taxista unos sesenta. Así que, saqué la pipa, se la puse en la cabeza y le dije que o salía del coche o le reventaba los sesos allí mismo. El chaval me miró, abrió la puerta y creo que todavía estará corriendo por la Carretera de Vicálvaro. Tuve que tranquilizar al pobre taxista que en ese momento estaba acojonado de tener a un tío detrás con una pistola. Le enseñé la licencia de armas y el carné de detective. Al final me dio las gracias.

A los dos minutos bajó Paco, que no quería salir porque anda con migrañas. Es curioso, porque en sus novelas que yo protagonizo me ha atribuido a mí las migrañas. En su día me consultó y yo le dije que adelante, al fin y al cabo, aunque las novelas las basa en cosas que yo le cuento no dejan de ser ficción, y se tomó la licencia literaria. Un detective con migrañas, hasta queda gracioso.

El jueves me acojonó. Resulta que por la tarde había ido al neurólogo y le mandó un tratamiento nuevo. Por la noche, al tomarse dos pastillas, le entró un ataque. Por lo visto estuvo quince minutos en su casa temblando como un yonki. Me llamó y me presenté en su casa cagando leches para llevarle a urgencias, pero cuando llegué ya se le había pasado y no quiso ir. Luego le dieron vómitos, diarreas y un dolor de cabeza del carajo de tres horas. Yo ya me había marchado, me lo contó al día siguiente.

Continuando con lo del taxi, nos fuimos a Capitán Haya y nos metimos en el Mesón Madrid Jabugo I. Pedimos una de ibérico de bellota (Schez. Romero Carvajal 5 jotas), cecina de León, lomo ibérico y queso viejo de oveja. Cuando voy a pedir la de Marqués de Cáceres me dice que no, que él va a tomar fanta de limón. “¿Lo que? –le digo-“. Total que ya me cuenta que el médico, por lo de las migrañas, le ha prohibido beber, fumar y tomar cafés. Pues bueno, allí que estuvimos cenando, yo con dos copitas de Rioja y él con la fanta, con un par. La comida de lujo, el local guapo y la gente parecía que habían ido todos a colegios de pago porque se limitaban a cenar y a charlar en voz baja, nada de gritos, y los críos educados y sentaditos con los padres.

Luego nos fuimos al Seis Peniques y me pedí un café irlandés y Paco con cara de circunstancias y con un muermo de la hostia. Y ya me dice que lleva desde el jueves sin tomar café cuando él es un tío de cuatro cafés diarios o más. Así que al final le convencí y se pidió un vienés, que no lleva alcohol. Al rato concluimos que tenía síndrome de abstinencia de cafeína. Cuando llevaba medio café se encontraba mucho mejor.

Al menos, me contó que una editorial importante a la que había enviado los tres primeros capítulos de su tercera novela, la primera que yo protagonizo, le había pedido el manuscrito entero para continuar con la lectura. Paco estaba contento.

La velada agradable, como siempre. Pero Paco con un muermo considerable. Y es que tomarse los ibéricos con fanta y el café sin un chorrito de whisky, yo creo que no es nada bueno.

domingo, 17 de enero de 2010

Qué jodido surrealismo

Esta tarde he estado en la oficina con Paco Gómez, merendando en plan casero y viendo una peli que nos habían recomendado. Se titula “Good”, de Vicente Amorim, protagonizada por el genial Viggo Mortensen. Ni qué decir tiene que nos hemos agenciado un pan payés, medio de ibérico y una de Marqués de Cáceres, que han hecho la velada cinematográfica de lo más agradable. Quién nos la recomendó no se equivocó, es un pedazo de peliculón. Va de un profesor universitario nazi, intelectual y apolítico de los años 30. Tiene un amigo psicoanalista judío que acaba desapareciendo posteriormente en la guerra. Él acaba siendo oficial de las SS. La peli es de las que dan para reflexionar. Obviamente no os cuento el final.

Pero el puntito del día vendría al final. Llegado el momento me he cogido “El violinista de Mauthausen” y me he ido a acompañar a Paco al Metro. Luego he entrado en un bareto en el que no había estado nunca. “Guays –pensé-. Es pequeño, tranquilo y no hay nadie”. La putada es que el camarero tenía el fútbol a toda hostia, pero bueno, pedí un café, me senté y comencé a leer. A los diez minutos se produjo un estruendo acojonante. “Vaya –me dije- se acabó la tranquilidad”. Entraron al bar el abuelo, la abuela y los nietos. Lo primero que hizo la niña es coger el AS, darle la vuelta y mostrarle al abuelo la tía en bolas de la contraportada diciendo a voz en grito “Abuelo, ¿te gusta, eh? Las tetas son de silicona”. No os vayáis a creer, la niña no pasaba de 10 años, qué carrera. Después ha sacado su súpermovil (qué coño hará una cría de 10 años con móvil), lo ha mirado toda chula y lo ha vuelto a guardar. Luego, el abuelo ha empezado a jugar compulsivamente a la máquina. Ha habido un momento que los cuatro estaban gritando, no sé qué coño decían de parar las sandías. Bien, luego el crío, de la misma edad aproximadamente que la niña, se ha puesto histérico. Gritaba el condenado porque no era capaz de montar un muñeco que le había salido en el huevo Kinder, sí, de esos que se montan con los ojos cerrados. La abuela no paraba de gritar, aunque no sé en qué idioma hablaba, no le he cazado ni una, y eran españoles, ¿eh? La vieja llevaba un pedazo de visón que en absoluto correspondía a su clase social, cuatro tallas más grandes por lo menos, de dónde lo habría sacado. Lo flipante es que los viejos iban ya por la tercera cerveza y ninguno de los dos cumplía ya los 80, qué nivel.

Ni qué decir tiene que a estas alturas hacía mucho que había cerrado el violinista. Allí no había quien leyera ni quien se relajara. La verdad es que me quedé observando la movida como curiosidad científica más de la cuenta. Cuando me fui, pedían la cuarta cerveza y me despidió el soniquete de la máquina tragaperras.

Al llegar al despacho, me encendí un cigarrillo, me serví un culín de whisky y me quedé pensando en la anécdota. Qué jodido surrealismo.

miércoles, 13 de enero de 2010

Tic, tac

Practicando con disciplina los más férreos postulados de la misantropía que me caracteriza, anoche penetré en el Paraíso del jamón, en San Bernardo. Encendí un cigarrillo y continué con la lectura de “El violinista de Mauthausen”, de Andrés Pérez Domínguez. Es alucinante la evolución de este escritor desde “El síndrome de Mowgli” y “El factor Einstein”. Su nueva novela, sin apenas diálogos y construida a base de reflexiones de los protagonistas es fascinante, vamos, de las que no quieres que se acaben. Lo de los bares, como siempre, hasta la bola de gente gritando y niños correteando y vociferando con total impunidad, pero es lo que hay. Sacan leyes contra el tabaco, pero no contra los gilipollas que no paran de vocear y reírse como si fuera el fin del mundo y con hijos maleducados que molestan a todo Cristo. El otro día, en un “Cañas y tapas”, el escándalo de unos críos era tal que entré al camarero y le pedí que les dijera algo. Me contestó que no podía, que no eran suyos. ¡Joder, ni míos! Y me los estoy tragando en TU establecimiento, coño. Los cinco niños eran de dos madres que parloteaban sin parar de gilipolleces con total dejadez hacia sus jodidos niños. Insisto, es lo que hay.

Lo único que me apartó del violinista fue un bocadillo de jamón de bellota goteado con unas briznas de aceite de oliva virgen extra y una copa de Marqués de Cáceres. Intuyo que empiezo a tener un problema con el jodido jamón y el jodido Rioja. Después de cenar continué leyendo.

Me llamó mi colega Antonio Parras, inspector de la Judicial, para atar unos cabos en un caso en el que trabajamos juntos. Luego me llamó Paco Gómez, mosqueado porque sigue sin recibir noticias de ninguna editorial. En fin, como veis, aquí cada uno a su bola.

A la una de la mañana, tras el pertinente trayecto en taxi por el centro en donde ya no había nadie, joder, que parece que salen todos y se recogen a las mismas horas como hordas de tarados, llegaba a la agencia en la que también tengo mi casa. Cerré la velada a la mesa de mi despacho con un pedazo de Jack Danield’s y un cigarrillo mientras escuchaba a Los Secretos. Y me dieron las tantas en la cama leyendo el violinista. Y encima, Andrés parece buen tipo. ¿Podré leer algún día algo de Paco? Tic, tac, tic, tac, tic, tac.

domingo, 10 de enero de 2010

Las cosas del Filo

Ayer llamé a Paco, pero estaba enrollao en otros temas. Mi chica vuelve a estar fuera y me apetecía salir a dar una vuelta, sólo lo suficiente, sin demasiado entusiasmo, no vayáis a creer. Así que me piré para el barrio, cené con mi vieja y luego me pasé por el Nagual. El garito estaba como mi ánimo, apagado, sin mucha gente... Incluso el Eduardo, el camarero, estaba poniendo baladas. Pedí un whisky y me quedé contemplando al Filo, en su mesa, solipandis, rodeado de sus cuartillas, él ni siquiera me vio. De repente, recogió, avanzó hacia mí sin mirarme. Me dijo "toma", me entregó una de sus cuartillas y se largó sin siquiera mirarme ni despedirse. Saqué la cabeza del garito y le observé alejarse cabizbajo, con su ritmo lento y monótono. Lo que me entregó fue un poema. Lo dejo aquí colgado por si queréis leerlo. Un abrazo.

Misantropía

Sorteo los resquicios de las relaciones humanas,

espoleado por el desengaño,

esperanzado en la tibia soledad,

del que busca la quietud de espíritu.

Sorteo las gélidas esquinas de la amistad,

buscando el sosiego que da un cuarto oscuro,

gritando desde lo más profundo,

silencios de culpabilidad ajena.

Sorteo los valles fecundos,

encerrado en mi misantropía,

echando de menos la serenidad,

de ver un atardecer sin pensar.

Sorteo las tentaciones,

y evito las conversaciones vacías,

y los amores de barra de bar,

deseos de falsa filosofía.

Sorteo compañías,

las buenas y las malas compañías,

quisiera estar fuera de mí,

y de las ataduras sombrías.

martes, 5 de enero de 2010

Libros y jamón ibérico

Sufro de misantropía, diagnosticada después de sucesivos desengaños con buenos amigos. Por eso me dedico a mi trabajo, a ver a los colegas del barrio de toda la vida y a salir, casi siempre con Paco Gómez, pero nada más, no quiero conocer a más gente. Debido a mi misantropía, el tiempo que otros dedican a relacionarse, yo toco la guitarra, leo o sencillamente, apago la luz y permanezco horas en penumbra.

Un día un nota vino a buscarme al despacho. Por suerte, ni estaba leyendo ni tocando. Estaba sentado a la mesa disfrutando de un buen whisky y un cigarrillo. El menda, al no ver luz, debió pensar que no había nadie, por lo que debió planear entrar en mi garito y esperarme. Le oí forzar la puerta y permanecí quieto. Apagué el cigarrillo. Cuando abrió la puerta le vi perfectamente pero el a mí no, yo tenía los ojos acostumbrados a la oscuridad y él venía de la calle. Aún con la puerta abierta, inesperadamente giró su cabeza hacia mí. Debió ver mi cuerpo como una sombra chinesca silueteado en el cristal del ventanal. Me apuntó, pero no le dio tiempo a disparar. Disparé mi Beretta y el nota cayó como un fardo. Encendí la luz y vi cómo el menda tenía un agujero en la frente del que manaba abundante sangre.

Éste y otros episodios me han hecho ver lo efímera que es la vida, sobre todo en un curro de riesgo como el mío. Lo que ha hecho que cuando tengo una oportunidad la aproveche y ponga toda la pasión por simple que sea el evento. Como el de esta tarde, tan sencillo como ir a comprar reyes con Paco y con nuestras chicas. Ellas se pillaron unas joyas en Guzmán el Bueno. Después, fuimos a Estudio en Escarlata y Paco se pilló “El documento Saldaña”, de Pedro de Paz, y yo las tres novelas del Carlos Salem. Luego nos fuimos a Las Barricas y nos comimos una de jamón ibérico y una botella de Marqués de Cáceres. La velada ha terminado en El Tambor. Saben hacer el café irlandés y se puede escuchar desde a Fleetwood Mac a Stray Cats. Recorrido clásico. Libros y jamón.

Que os traigan muchas cosas los reyes.

sábado, 2 de enero de 2010

Mala puntería y chocolate

Ayer estuve con Paco Gómez un rato por ahí. Yo había vuelto de Fuenterrabía y él de Algeciras. Me trajo las primeras 70 páginas de su cuarta novela, en la que novela un caso mío. A estas alturas ya me las he leído y me ha parecido lo de siempre, que este tío es bueno, que pide paso y que a ver si algún editor en 2010 es capaz de darse cuenta de su talento. Está preocupado porque le salen tochos de cuatrocientas y pico páginas (que ya quisieran muchos) y ayer me decía que la próxima la va a hacer de ciento y pico a ver si tiene más suerte.

Nos fuimos a Malasaña. La creperie cerrada. Bajamos por San Vicente Ferrer 200 metros. El Bukowsky, el garito del Carlos Salem cerrado. Empecé a pensar que deberíamos habernos quedado en casa. Total, que nos fuimos al centro. Se nos ocurrió tomarnos un chocolate con churros y tiramos para San Ginés. Nos fuimos de allí porque había una cola para entrar al local de tres pares de cojones. Así que nos dirigimos por el Monasterio de las Descalzas a la chocolatería Valor. La hostia, había más cola que en San Ginés y la terraza llena. Había que echarle huevos para sentarse fuera, 5ºC marcaba el termómetro. Pues nada, allí estaban las familias con niños y abuelos incluidos. Total, que acabamos en la cafetería de un lujoso hotel situado en una bocacalle de la calle del Carmen, vacía, tomando el jodido chocolate. Aparte de hablar de que vaya tarde que llevábamos y de la puntería al elegir los sitios tuvimos una animada conversación al respecto de que si la peña se había vuelto gilipollas, porque hacer cola a cinco grados para tomar el jodido chocolate nos pareció de locos. Nosotros lo estábamos tomando, más caro, pero a veces merece la pena pagar por estar en un sitio tranquilo. Además, señores por aquí y señores por allá, no como en el San Ginés y en el Valor que te tiran el jodido chocolate a la cara y no puedes ni hablar entre los gritos de los jodidos niños y sus padres de los cojones.

El caso es que al final acabamos tomando unas alitas en un sitio en el que tampoco habíamos estado nunca, ya digo, los habituales estaban cerrados. Y cerramos la velada entre mojitos escuchando son cubano en la Negra Tomasa, un garito que está bien, pero que a la hora de cobrar van a degüello. Al menos los del son versionearon a Compay Segundo y nos regalaron los oídos.

Me despedí de Paco en Sol y quedamos en ir otro día al Bukowsky porque él tiene ganas de recitar. Y yo, ya digo, tengo ganas de pillar algo del Carlos Salem. Un tío que gana el memorial Silverio Cañada con su primera novela y el Premio Novelpol con la segunda, seguro que es interesante. Un tío al que los de Salto de Página fueron a su garito a preguntarle por algunos escritores de los que paran por allí habitualmente para intentar pescar a algún talento y publicarle. Al final acabaron publicándole a él.