El círculo alquímico

El círculo alquímico
El círculo alquímico, de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-95690-73-9. A la venta en enero de 2011.

domingo, 16 de mayo de 2010

Tampoco Colombia es tranquila

Vaya tela, cada vez se me complican más las cosas para hacer una jodida entrada en el blog. Y siempre desde un patio enclaustrado que me recuerda a Cádiz, lo cual me mola bastante.

El caso es que no tuvimos ni un jodido percance en Panamá. E incluso pasamos la frontera con Colombia con una tranquilidad que me dio mala espina. Llegamos a Medellín y nos alojamos en diferentes hoteles con nombres falsos, aunque mi colega, el que me cuida (claro que yo también le cuido a él), se alojó conmigo, nada romántico, os lo aseguro. Aunque por lo menos el tipo tiene labia, ya os digo que se puede charlar con él de cualquier cosa. Me ha roto todos los esquemas del matón bestia e inculto. No os podéis imaginar lo que sabe de Literatura, americana y europea. Y no sé cómo lo ha hecho, pero me ha pasado el último de Lorenzo Silva porque una vez le comenté que me encantaba. Joder, parece mi novia. Y lo mejor es que fuma rubio americano y le gusta el Jack Danield’s, pero el original, el de Tenesse. Y claro, yo, después de probarlo, ya veremos como hago para volver a habituar mi paladar al de España.

Al día siguiente nos pusimos en marcha. Y llegamos hasta Bogotá, en donde estuvimos tres días en otra casa que tiene esta gente, en Colombia tienen infraestructura guapa. Los días pasaron tan placenteros que parecía que estaba en un jodido viaje de turismo. No salía mucho de la casa, pero ni falta que hacía. La comida tela de buena y me traían periódicos, y además, disfrutaba que te pasas con “La estrategia del agua”. Lo más chungo, el vino, pero en fin, más no se puede pedir, sobre todo si estás trabajando.

Llegado el cuarto día, mi colega me dijo que nos íbamos. Salimos de Bogotá por el Este y seguimos el curso del río Meta. No llevábamos ni 15 kilómetros cuando en un control militar nos pidieron la documentación. El que conducía se echó mano al bolsillo interior de la chaqueta y sacó la fusca. Al nota le reventó el cráneo y a nosotros nos salpicó su sangre y sus trozos de cerebro, nada estético, creedme. A veces pienso que la peña no es profesional. Para volarle la cabeza a un nota de cerca no hay que hacerlo con una cuarenta y cinco, pero allá cada cual.

Salimos del coche todos a la vez disparando al destacamento, que digo yo que podían haber estado más al loro. Los mendas estaban fumando y charlando tan tranquilos. Nos fuimos de allí cagando leches. Cuando dije que por qué disparábamos a soldados me dijeron que no eran tales, sino mercenarios de la guerrilla que nos habrían tocado los cojones pero bien.

Total, que al final acabamos en un pueblo que se llama Santa Rita, cerca de la frontera con Venezuela, en otra casa situada en un valle y que no era visible hasta que no te dabas con ella en los morros. Si las casas en las que he estado hasta ahora eran bonitas, en ésta me habría quedado a vivir, no os podéis ni imaginar. Nos quedamos allí sólo una noche y al día siguiente continuamos camino.

Siempre que hago una entrada, mi colega se descojona. Al final voy a creer que estoy escribiendo una jodida comedia.

lunes, 3 de mayo de 2010

Operación abortada

Ni os podéis imaginar la historieta que estoy viviendo. La última vez que hice una entrada estaba en un estupendo patio de La Joya. El plan era sencillo: pasaríamos ahí un par de días y luego emprenderíamos viaje hasta el Distrito Federal para pillar un vuelo a España. Llegamos al D.F., pero cuando nos dirigíamos al aeropuerto y yo me las prometía muy felices, un coche se puso en paralelo al nuestro, bajó las ventanillas y nos empezaron a disparar por toda la cara. Ningún incidente hasta entonces, por lo que yo estaba muy confiado. Nuestro conductor estuvo muy fino. Intuyó la jugada y frenó casi en seco. Pasamos de ser los perseguidos a ser los perseguidores. No preguntamos a los tipos quiénes eran, sabíamos que eran los malos. Pedí una pipa y nos lanzamos contra ellos friéndolos a tiros. Ni yo ni los que me acompañaban éramos unos pardillos. Su coche acabó estrellándose contra una casa en la autopista y nosotros salimos de allí cagando leches. Ya no íbamos hacia el aeropuerto, no era seguro. Tiramos para el sur.

Pernoctamos en Oaxaca, esta vez en un hotel, con nombres falsos. Al día siguiente cruzábamos la frontera hacia Guatemala por un pueblo que se llamaba Tapachula o algo así. En estos días atravesamos Honduras, Nicaragua y Costra Rica. Ahora estoy en Panamá, más concretamente en la ciudad de Santa Fe. La gente con la que voy tienen una casa aquí, muy parecida a la de La Joya. No hemos vuelto a tener ningún percance, pero sabemos que nos siguen y hasta que no salgamos de Centroamérica no estaremos seguros. No me han dicho nada pero les he oído hablar. Creo que el plan es pasar a Brasil a través de Colombia.

Joder, jamás pensé que un puto secuestro en un pueblo de España me iba a traer hasta aquí.

Me han puesto un filete para cenar que estaba de lujo, un entrecot. Pero el vino era como agua, en fin, menos da una piedra. Estoy relajado en una mesa en el patio, que ya no me recuerda a los de Cádiz sino a, cómo deciros, sí, como a un patio de una venta de La Mancha. Y me estoy tomando un whisky y fumándome un cigarro con mi sombra, ya sabéis, el colega que no se despega de mí y que me cuida como si fuera su hijo, aunque él sabe que no soy manco con la pipa (ahora sonríe).

No sé cuándo voy a poder conectarme de nuevo, ni siquiera si podré hacerlo. No obstante, si puedo os seguiré contando.