Como ya os dije, el otro día terminé mi affaire en América y regresé por fin a Madrid. Lo que más me apetecía es ver a mi chica y a mi madre. Así que, antes de recoger a Andrea, pasé por la casa de mi infancia. Casi tuve que regañar con mi madre porque siempre que voy se empeña en sacarme comida, más de lo que puedo comer. Y yo ya había quedado en recoger a Andrea para cenar. Tras los típicos “hijo, estás más delgao”, “no te cuidas, ¿es que no comes?” y “lo que tienes que hacer es sentar la cabeza”, recogí a Andrea y nos fuimos a cenar a la terraza del Ritz que, el dinero, aparte de saber ganarlo, hay que saber gastarlo. Ni os cuento la velada tan agradable. Después, nos dimos un garbeo por la Castellana y pillamos habitación en el hotel Miguel Ángel, al que tenemos especial aprecio por razones que me reservo. Ella tiene casa y yo también, pero el caso es que nos gusta ir de vez en cuando a un hotel.
A la mañana siguiente, tras pasar por su casa temprano a recoger la maleta, la llevé al aeropuerto porque está haciendo un reportaje en Colonia. Así que, como veis, la cosa fue breve pero intensa. Después pasé por Canillejas y desayuné con Paco. Claro que antes pasé por el Cajamadrid a pillar pasta. Y empezaron las movidas. Resulta que hay un anciano sacando del cajero y cuando termina viene un nota y le pega un empujón. Y el compinche le agarra del brazo y le quita los 300 euros al hombre. Mi madre dice que no como y yo no hago deporte, pero el caso es que inicié la carrera y pude enganchar al nota del cuello. Antes de que el otro se me echara encima le metí una patada en los huevos, y al que tenía agarrado, que no hacía nada más que retorcerse, le tuve que meter tres trucos en la cara. El compinche, al ver que iba en serio, salió de najas. Debía de haber una patrulla cerca, porque los llamé por el móvil y no tardaron ni un minuto. Esposaron al pavo y yo levanté al abuelo que no paraba de darme las gracias. También tuve que llamar a Paco porque nos llevaron a comisaría al vejete y a mí. El viejo puso la denuncia, yo declaré como testigo y el mariquita del pollo me denunció por pegarle, hay que joderse. Menos mal que en una hora estuvo todo resuelto.
Cuando se lo conté luego a Paco no se lo creía. A pesar de todo, seguía siendo temprano y hacía mucho que no íbamos por la sierra, así que pusimos proa a Rascafría, que es un pueblo que te pasas de bonito. La idea era ir a lo de la comida al Monasterio del Paular, que es hospedería y restaurante. Pero Paco dijo que conocía un garito en la carretera que sube a Navacerrada, y allí que nos fuimos. Un olor a pino de la hostia, todo verde, fresquito, en fin. La anécdota es que le pido al nota una de Marqués de Cáceres y va el tío y me trae una botella de Rioja marca ACME. Le pregunto que si no tiene Marqués y va el nota y me dice que sí pero que es más cara. Yo es que no acabo de alucinar con la peña. No le dije nada, pero no sé cómo le miraría que el menda se llevó la botella y nos trajo la de Marqués con cubitera de hielo. Por lo demás bien, nos pusimos hasta las trancas de chorizo y morcilla (si me ve mi vieja...) y luego nos metimos un entrecot con patatas panaderas de la hostia. Desde la anécdota, el camarero nos trató como a clientes vip, jajaja, incluso nos invitó luego a un whisky. (El caso es que cuando me fui a USA dejé a Paco que no bebía y que no fumaba, pero ya vuelve a ser el mismo. No le comenté nada).
Le conté a Paco todas mis peripecias. Después, para bajar la comida, nos hicimos una ruta a pie de 6 kms. Por el río Lozoya, que es espectacular. Y el tío con su grabadora, como siempre. Dice que va a escribir la novela. Y me comentó que va a firmar un contrato por la segunda la semana que viene, aunque, como él dice, mejor no airearlo hasta que no lo tenga seguro.