El círculo alquímico

El círculo alquímico
El círculo alquímico, de Paco Gómez Escribano. Editorial Ledoria. I.S.B.N.: 978-84-95690-73-9. A la venta en enero de 2011.

domingo, 21 de marzo de 2010

Viajecito a Méjico

A estas alturas supongo que puedo contaros algo que entiendo que dabais por sabido. Mi nombre no es Carlos González y mi agencia no se llama “Private Exam” Esos son los nombres que Paco ha elegido para sus novelas y que yo he tomado prestados para el blog. Es cierto que soy detective, que tengo una agencia y que soy amigo de Paco, pero quiero que entendáis que no puedo daros datos míos verdaderos para no ver comprometido mi trabajo.

La semana pasada entré en una base militar y saqué de allí a un colega que trabajaba para que este caso llegara a buen puerto. No fue fácil y tuve que echarle una cara de cojones. Me llevé al colega al apartamento que me han proporcionado en Las Vegas y durante la semana, he visto que la presencia de maderos en las calles se ha duplicado. No ha hecho falta que me lo diga nadie. Tanto madero se debe a que el ejército ha dado el keo de la desaparición de mi colega, al que unos y otros estarían encantados de echarle el guante. La suerte es que sólo le buscaban a él y yo he podido moverme con libertad. ¿Os acordáis de Mary? Sí, la fulana del “The Venetian Resort-Hotel-Casino”, la que me sirvió de coartada por un módico precio. Pues bien, me ha hecho otro servicio. Como mi colega no podía salir del país por ningún aeropuerto para regresar a España, o al menos, no era prudente, en contra de los que me asesoran urdí un plan. Me llevaría al tipo a Méjico. Y así lo hice. Me hice con dos coches. Yo iría delante en uno como lanzadera para detectar controles, si es que los había, y mi colega y Mary, haciendo el papel del matrimonio feliz, detrás en el otro. La verdad es que no hubo controles. Pero sí que hubo un percance, cuando nos quedaban apenas 20 kilómetros para la frontera.

Algo me olió mal. Nos comunicábamos cada media hora más o menos. Así que cuando no obtuve contestación, di la vuelta y enfilé la carretera en dirección contraria para ver qué pasaba. Al llegar a la altura de donde estaban aparcados, en el arcén, vi la película. Un jodido sheriff de pueblo y su ayudante habían pillado a Mary y a mi colega. En ese momento los estaban esposando. No me lo pensé dos veces. Aparqué, salí del coche haciéndome el despistado y me dirigí hacia ellos. El sheriff no esperaba ni por asomo el culatazo que le metí en la cabeza. Cayó redondo. El ayudante, un niñato de unos veinte años, se quedó lo suficientemente flipado como para tardar un segundo más de lo necesario en reaccionar, lo que me permitió meterle a él también.

Miré en el coche patrulla y debía de ser mi día de suerte, porque encontré dos rollos de cinta americana. Atamos a los pasmas, los metimos en el maletero de su propio coche y lo ocultamos todo lo que pudimos detrás de un montículo de la carretera. Mary, flipaba. Mi colega, menos, porque es del oficio. El caso es que nos dio tiempo de llegar a la frontera, de que mi colega la cruzara sin problemas y Mary y yo nos volvimos para las Vegas. Supongo que rescatarían al sheriff y a su ayudante. Sí, los echarían en falta.

Total, que Mary volvió a cobrar por sus servicios y me dijo que ya sabía donde encontrarla, que trabajar conmigo le salía mejor que putear en el hotel. Yo sigo en Las Vegas, esto no se ha acabado ni mucho menos. Y acaban de comunicarme que mi colega ha aterrizado en Madrid viajando desde Méjico D.F. Ignoro por qué tuvo que bajar tanto, sus razones tendría. Cuando le cuente todo a Paco para su novela va a flipar. La verdad es que lo único que me importa ahora es tomarme mi copa de Jack Danield’s y fumarme mi cigarro tranquilo. Por cierto, el hombro ya casi ni me duele.

domingo, 14 de marzo de 2010

Jodido rescate

Cuando llegué con mis padres al barrio de Canillejas, en 1970, aquello era para echarse a llorar. Las calles no estaban hechas y no había farolas por lo que si llovía el barrio se convertía en un barrizal, y por las noches las calles eran la boca de un lobo. Estábamos rodeados de campo, de chabolas y de un poblado en el que vivían quinquis y gitanos. Paco, yo y otros niños nos criamos en esas calles. Si te bajabas un balón, siempre había alguien que venía a quitártelo. Ya de jóvenes, éramos expertos en defendernos de gentuza con navajas y de acabar a hostias día sí y día también. Por eso, no tengo ni idea de cómo yo llegué a ser policía, licenciado en Derecho y después detective. Ni tampoco sé cómo Paco terminó siendo ingeniero, profesor y escritor.

Por cómo pasé la infancia, la adolescencia, mi juventud y por mi experiencia en la Policía Nacional, creo que soy temerario. No tengo miedo en cualquiera de las situaciones en las que me veo envuelto. Por eso, esta misma tarde, convaleciente todavía del hombro, cuando tuve que entrar en una institución oficial americana a rescatar a un colega que ha estado infiltrado allí durante un mes, no me lo pensé. Intenté trazar un plan, pero el nivel de seguridad es tan alto que no era posible ningún plan. Durante todo este tiempo en Las Vegas, agentes de otra institución oficial me han dado cobertura. Pero en esta misión estaba solo y sí, como en las pelis, si me cogían, ellos negarían si fuera necesario que han tenido contacto conmigo.

No me voy a extender en detalles pero lo cierto es que me oculté en un camión que iba a llevar suministros. Una vez dentro, me apeé en marcha y me escondí detrás de un barracón. Según las indicaciones de mi colega, divisé lo que él me había dicho que era la residencia del personal científico. Esperé a que anocheciera y me dirigí hasta allí. Mi colega me esperaba en la puerta y me condujo hasta su cuarto. Allí nos pusimos un traje de militar cada uno con sus distintivos. El de mi colega era de cabo y el mío de capitán. Por lo que pude comprobar, él sí que tenía un plan, descabellado, pero era menos que nada.

De repente se abrió la puerta y entró un tipo pelirrojo con el pelo alborotado. Tenía barba, muy descuidada, y vestía una bata blanca desabrochada, una camisa amarilla y un pantalón vaquero negro. El nota se quedó de piedra al vernos vestidos de militares. Mi colega le saludó, pero el tipo se mostró receloso y se dispuso a abandonar la habitación demasiado pronto. Mi colega, más tarde, me dijo que era un griego que trabajaba allí, al parecer toda una lumbrera. Pero en esos momentos, a mí no me interesaba su nacionalidad. Vi claro que si le dejábamos salir de allí, el tipo se iba a chivar. Así que saqué la pipa y le eché el alto. El menda me miró aterrorizado. Le dije que se diera la vuelta y, rápidamente, le metí con la culata en la cabeza. El nota cayó redondo al suelo.

A la media hora más o menos, mi colega y yo estábamos frente a la garita de la puerta de salida montados en un jeep que habíamos cogido “prestado”. Un veinteañero pecoso nos pidió la documentación mientras su compañero miraba nuestras credenciales que pendían del bolsillo de las chaquetas militares. Yo me dije que hasta ahí habíamos llegado y estaba pensando en qué iba a hacer para retorcer el cuello a dos soldaditos que parecían salidos de West Point. Pero hay veces que la fortuna aparece cuando menos lo esperas. El que miraba nuestras credenciales le dijo al pecoso que todo estaba bien. Y nos fuimos de allí como alma que lleva el diablo.

Ahora mi colega ya se ha dormido. Y yo escribo estas líneas con un vaso de Jack Danield’s con hielo y un cigarro. Miro por la ventana, ya no hay tráfico apenas. Y recuerdo cómo hemos quemado el jeep junto con las ropas militares en la otra punta de la ciudad, en un descampado que era antesala del desierto.

Apago el cigarrillo y enciendo otro. Vuelvo a llenar mi vaso y pienso que en una de estas...

domingo, 7 de marzo de 2010

Releaving Las Vegas

Ya no llevo venda en el brazo, que es un alivio. Aunque aún llevo en cabestrillo. Aun así, esta tarde estaba haciendo otra labor de vigilancia. Ha venido un nota y me ha pedido fuego. Cuando llevas tantos años de profesión, primero de policía y después de detective, sabes cuándo el nota que te pide fuego es o no es un transeúnte que necesita fuego. Como por el rabillo del ojo vi a otro menda que se me acercaba por la izquierda a lo lejos, di fuego al nota, pero también le di un rodillazo en los huevos. Cuando se agachó, saqué la pipa y le metí en la cabeza con la culata, en mis circunstancias no puedo permitirme la lucha cuerpo a cuerpo. ¡Premio! El menda que se aproximaba como si nada a lo lejos sacó su pipa y empezó a disparar. Me puse a cubierto detrás de una esquina y le lancé un par de tiros para que se percatara de que yo también tenía pipa, sólo por eso. Estoy en U.S.A. y no quiero matar a nadie. Estoy cubierto por unos contactos digamos oficiales, pero hasta cierto punto. El nota se frenó en seco y se tiró detrás de un coche. Siguió disparándome. Después de calcular mis posibilidades, volví a disparar y salí corriendo con la intención de salir a calles más transitadas y coger un taxi. El nota perdió unos segundos cubriéndose de mis disparos y yo alcancé una calle céntrica esquivando jodidos tiros, el tío se había rehecho y había salido corriendo detrás de mí. La ley de Murphy, ni un jodido taxi. Corrí como alma que lleva el diablo, me enfundé la pipa y doble por Las Vegas Boulevard. Seguí corriendo y al llegar al “The Venetian Resort-Hotel-Casino” no me lo pensé, entré ante la mirada desconfiada de botones uniformados y aparcacoches. Me dirigí a la zona de tragaperras y me escondí detrás de una de ellas. Para mi desgracia vi al nota en el vestíbulo enseñando un carné a los de seguridad. Joder, la había cagado. Demasiado bien sabía yo que el menda era agente de, digamos una agencia oficial. Ahora no sólo tenía detrás de mi al nota, sino a toda la seguridad del casino.

Me quité la chupa y le di la vuelta, siempre llevo chupas reversibles cuando curro. Me cogí del brazo de una fulana que llevaba un traje escotado y le di 200 dólares para que me siguiera el rollo. Me puse una gorra y unas gafas e increíblemente salimos por la puerta y nos metimos en un taxi.

La invité a cenar en un italiano después de darle otros 300. La cena hasta estuvo agradable. Mary, o al menos así me dijo que se llamaba, me dijo que era licenciada en filosofía, pero que se dedicaba a la prostitución en el casino y que se estaba forrando. También me dijo que, a este paso, se jubilaría a los cuarenta con la vida asegurada. Me dijo que si quería sexo con ella me haría una tarifa especial. Al final le di otros 300 y le dije que lo más importante era que ella no me había visto en la vida. Al salir a la calle, me besó en la boca. Yo me cogí un taxi, me fui a casa y me serví un Jack Danield’s. Me la estoy jugando en este caso, pero, qué coño, qué voy a hacer si el curro me gusta y además me pagan un huevo.

Ayer hablé con Paco Gómez. Ninguna noticia sobre editoriales. Le dije que todo llega. Hasta llegará el día que termine con este caso y pueda volver a casa.