A estas alturas supongo que puedo contaros algo que entiendo que dabais por sabido. Mi nombre no es Carlos González y mi agencia no se llama “Private Exam” Esos son los nombres que Paco ha elegido para sus novelas y que yo he tomado prestados para el blog. Es cierto que soy detective, que tengo una agencia y que soy amigo de Paco, pero quiero que entendáis que no puedo daros datos míos verdaderos para no ver comprometido mi trabajo.
La semana pasada entré en una base militar y saqué de allí a un colega que trabajaba para que este caso llegara a buen puerto. No fue fácil y tuve que echarle una cara de cojones. Me llevé al colega al apartamento que me han proporcionado en Las Vegas y durante la semana, he visto que la presencia de maderos en las calles se ha duplicado. No ha hecho falta que me lo diga nadie. Tanto madero se debe a que el ejército ha dado el keo de la desaparición de mi colega, al que unos y otros estarían encantados de echarle el guante. La suerte es que sólo le buscaban a él y yo he podido moverme con libertad. ¿Os acordáis de Mary? Sí, la fulana del “The Venetian Resort-Hotel-Casino”, la que me sirvió de coartada por un módico precio. Pues bien, me ha hecho otro servicio. Como mi colega no podía salir del país por ningún aeropuerto para regresar a España, o al menos, no era prudente, en contra de los que me asesoran urdí un plan. Me llevaría al tipo a Méjico. Y así lo hice. Me hice con dos coches. Yo iría delante en uno como lanzadera para detectar controles, si es que los había, y mi colega y Mary, haciendo el papel del matrimonio feliz, detrás en el otro. La verdad es que no hubo controles. Pero sí que hubo un percance, cuando nos quedaban apenas 20 kilómetros para la frontera.
Algo me olió mal. Nos comunicábamos cada media hora más o menos. Así que cuando no obtuve contestación, di la vuelta y enfilé la carretera en dirección contraria para ver qué pasaba. Al llegar a la altura de donde estaban aparcados, en el arcén, vi la película. Un jodido sheriff de pueblo y su ayudante habían pillado a Mary y a mi colega. En ese momento los estaban esposando. No me lo pensé dos veces. Aparqué, salí del coche haciéndome el despistado y me dirigí hacia ellos. El sheriff no esperaba ni por asomo el culatazo que le metí en la cabeza. Cayó redondo. El ayudante, un niñato de unos veinte años, se quedó lo suficientemente flipado como para tardar un segundo más de lo necesario en reaccionar, lo que me permitió meterle a él también.
Miré en el coche patrulla y debía de ser mi día de suerte, porque encontré dos rollos de cinta americana. Atamos a los pasmas, los metimos en el maletero de su propio coche y lo ocultamos todo lo que pudimos detrás de un montículo de la carretera. Mary, flipaba. Mi colega, menos, porque es del oficio. El caso es que nos dio tiempo de llegar a la frontera, de que mi colega la cruzara sin problemas y Mary y yo nos volvimos para las Vegas. Supongo que rescatarían al sheriff y a su ayudante. Sí, los echarían en falta.
Total, que Mary volvió a cobrar por sus servicios y me dijo que ya sabía donde encontrarla, que trabajar conmigo le salía mejor que putear en el hotel. Yo sigo en Las Vegas, esto no se ha acabado ni mucho menos. Y acaban de comunicarme que mi colega ha aterrizado en Madrid viajando desde Méjico D.F. Ignoro por qué tuvo que bajar tanto, sus razones tendría. Cuando le cuente todo a Paco para su novela va a flipar. La verdad es que lo único que me importa ahora es tomarme mi copa de Jack Danield’s y fumarme mi cigarro tranquilo. Por cierto, el hombro ya casi ni me duele.